A lo largo del año pasado, las
dificultades financieras y bancarias se fueron agravando en la Zona Euro hasta
convertirse en una crisis de deuda soberana. El problema estalló en Grecia, y
lo que aparentaba ser un caso aislado, acabó por sembrar serias dudas entre la
opinión pública sobre la viabilidad práctica de la moneda única e incluso sobre
la propia conveniencia de pertenecer a la Unión Europea. Ya bien entrado el
2012, lejos de disiparse, esa desconfianza parece seguir calando hondo entre la
ciudadanía.
La única manera de reconstruir una Unión Europea fuerte es transmitir a sus habitantes y a los mercados un liderazgo igual de sólido, a través de una estrategia comunicativa coherente |
Los principales motivos que
suscitan las dudas respecto del euro y la UE son las incesantes reuniones de
crisis celebradas por los líderes europeos, siempre a remolque de los
acontecimientos y la mayoría de las veces tardías, con continuos desacuerdos, declaraciones
contradictorias y sin la aplicación de soluciones concretas o planes
estratégicos a largo plazo. La acción unitaria y coherente de Europa se muestra
impedida por los localismos de los distintos Estados que la forman.
Por todo ello, en el campo de la
imagen pública, EE.UU le gana la batalla a la Unión. Frente al único y fuerte
portavoz norteamericano, el presidente Obama, con un claro poder democrático
para ejecutar las decisiones que anuncia, se encuentra un batiburrillo de representantes
europeos: Van Rompuy, Durao Barroso, Sarkozy, Merkel… y ninguno de ellos con la
legitimidad suficiente como para imponer su visión al resto de Europa.
Además, los americanos exhiben un
sólo mensaje, que transmite credibilidad y seguridad a los mercados,
protegiendo con un criterio único su moneda y sus políticas económicas. Por el contrario,
la zona Euro utiliza distintos mensajes, que muchas veces se desautorizan entre
ellos. Sin ir más lejos, no inspira demasiada tranquilidad que Alemania
desprecie los eurobonos mientras Francia los defiende de forma acérrima.
Es cierto que con la comunicación
no es suficiente. Se necesitan ideas más allá de las famosas políticas de
austeridad y adoptar programas financieros y fiscales uniformes, capaces de
recuperar las finanzas públicas sin reducir el consumo y la creación de empleo.
Pero la única manera de reconstruir una Unión Europea fuerte es transmitir a
sus habitantes y a los mercados un liderazgo igual de sólido, capaz de afrontar
los retos planteados por la crisis global.
Europa se encuentra al borde de
una nueva recesión, y no hay tiempo que perder para detener la fuga de
capitales de la Eurozona restableciendo su imagen mediática y, con ella, la
confianza en la capacidad de la UE para resolver sus propios problemas.