Prima de riesgo. Rescate financiero. Banco malo. Recortes. Y crisis, crisis, crisis. Estos son sólo algunos de los términos relativos a la situación económica actual con los que nos bombardean los portavoces políticos e institucionales y los medios de comunicación desde hace meses y meses.
Debido
a la proclamada inminencia de una renovada e interminable recesión, todo ciudadano de a pie, sea ama de
casa, doctor, estudiante o taxista, vive
preocupado por la evolución de cosas que antes ni sabía que existían, como el
mercado de la deuda o el déficit público.
Por
sí misma, la realidad económica está generando altos
niveles de estrés en los ciudadanos, por la pérdida de empleo o la posibilidad
de perderlo, la incertidumbre reinante sobre las prestaciones públicas, la
reducción de salarios, las subidas de impuestos y de los precios... Y este
estrés ha degenerado en desmoralización, individual y colectiva, cuando no en
depresión. El miedo que provocan estas circunstancias empieza a sembrar una sensación de desesperanza colectiva, por no
saber qué nos deparará el futuro inmediato ni si algún día llegará la
recuperación, algo que cada vez parece más lejano a juzgar por lo que se
observa en las portadas de los periódicos y los telediarios.
Los
datos del Centro de Investigaciones Sociológicas evidencian una caída drástica en el Índice de Confianza.
El pasado abril, la del consumidor llegó a niveles mínimos: un 50,3 sobre un
máximo de 200. La valoración del momento actual era peor aún: 31,9. Sólo uno de
cada cinco entrevistados creía que el contexto económico y el empleo mejorarían
en los próximos seis meses. En total, sólo un 18,7% de los españoles opinaba
que serán mejores dentro de un año.
Aun
así, la percepción global no responde a toda la realidad. Cierto que hay
sectores prácticamente hundidos por la falta de competitividad y con pocas
perspectivas de futuro en España, como el de la construcción, pero también hay industrias españolas que innovan
y exportan, con empresas punteras que destacan internacionalmente. Sin
embargo, la pandemia de pesimismo nos lleva a creer
que todo el tejido empresarial está tocado de muerte.
Precisamente,
el flujo continuo de noticias negativas contribuye
a agravar el ambiente de ansiedad colectiva. Frases como “con la que está
cayendo” o “la que se nos viene encima” son las expresiones habituales de
los usuarios de los medios de comunicación al conocer las novedades acerca de
la crisis y su evolución a nivel europeo y mundial. Esa angustia se alimenta de
noticias alarmantes, de los malos augurios de los expertos y de estadísticas
apocalípticas, que acaban por producir saturación, en lugar de dar paso a una
reflexión pausada que permita la búsqueda de soluciones.
La
labor periodística debe ser consciente de que avivar el miedo puede llevar a la
ciudadanía a la apatía y la paralización, justo
el clima contrario a la creatividad y a la proactividad que se necesitan para
superar una recesión de grandes dimensiones y duración prolongada.
Por
supuesto, no se trata de ocultar la
realidad o de manipular la información para que parezca positiva. De lo que
estamos hablando es de contar mejor, no de no contar, y de contar más las
buenas noticias, que las sigue habiendo, aunque parece que cada día tienen menos
cabida en los espacios informativos. El peligro de generar una crisis
psicológica debido a la concatenación de datos y especulaciones desfavorables es
real, y los periodistas tienen la responsabilidad social de ser conscientes de
ello para evitarlo.
¿Por qué el titular de
un incumplimiento de una previsión de crecimiento debe ser más grande si es a
la baja que si es al alza? Hay
que encontrar el equilibrio justo para
narrar sin ambages lo que sucede, pero sin llegar al alarmismo
sensacionalista.
A
lo largo de estos últimos años, hemos
podido comprobar los efectos perversos de las declaraciones exageradas en
prensa y el abuso de los calificativos dramáticos, llegando a provocar
auténticas estampidas bursátiles o que se disparase la prima de riesgo.
Que
la mala información contribuye a empeorar la situación es un hecho cierto que
no podemos ignorar, por lo que recuperar la mesura y el lenguaje positivo en los
medios se ha convertido en una cuestión de auténtica necesidad.